El anatema de tu ausencia

Antes de presentar el siguiente poema quiero agradecer a todo aquel que por azares de la casualidad se haya encontrado con este pequeño blog, porque escribir me aleja del agobio de la procrastinación y de las obligaciones del día a día, sepan que sus lecturas me impulsan a seguir adelante con este proyecto.

Muchas gracias.

El anatema de tu ausencia

Sombras pálidas y luces negras desfiguran una larga carretera,
con baches en la acera y cebras que chorrean.

Una gota sin tormenta, destellos que no ciegan;
corre sangre que congela hacia labios que no besan.

Rizos que se enredan entre días que no llegan;
afuera, montaña sin veredas bajo un cielo sin cometas.

Tocan a la puerta, extremidades con gangrena.

Palpitante, el anatema de tu ausencia.

Julio César

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Cartas varadas II: Una carta de cumpleaños

Fragmento de una carta en la que deseaba feliz cumpleaños veintitrés a una persona muy querida, escrita hace aproximadamente seis años. No la publico completa pues quiero mantener un poco de privacidad, por respeto a la destinataria.

A veces me pregunto, ¿Cuál será el destino de las cartas físicas que he entregado en toda mi vida? Ojalá todavía existan algunas de ellas guardadas en la caja de zapatos escondida bajo alguna cama.

Una carta de cumpleaños

Cuando la tristeza se asome sobre tu horizonte,
cuando veas borroso, cuando el oído te falle,
cuando la sombra del miedo te nuble la mente y la razón.

Cuando el tiempo parezca congelarse,
cuando te atormenten las paredes de un lóbrego laberinto,
cuando te falte el aliento, y sólo llorar sea opción…

Estira los brazos, toma cualquier resquicio de luz y avanza.

Corre, camina o gatea si es necesario;
que ningún pequeño esfuerzo es lo suficientemente pequeño, y
si no logras mover siquiera un centímetro los pies…
¡Llámame!, que con un empujón te ayudaré.

Tal vez el tiempo haga de estas letras guardadas en la caja de zapatos escondida bajo tu cama tan sólo hojas viejas,
trozadas por los dobleces y escritas con tinta grisacea; pero tendrán la misma fuerza del puño con el que se escribieron…
Más cuando la tristeza se asome sobre tu horizonte, leelas, que con un poco de suerte, gran imaginación y mejor visión, encontrarás algo por qué sonreir.

Julio César

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Pidiendo un adiós

Lo siguiente es algo de lo último que escribí al amor de mi adolescencia y primeros años de adultez. Fue una manera de pedir un adiós que en retrospectiva sólo era autoflagelación, un peldaño en medio de un camino totalmente incorrecto. Un camino incorrecto que me mostró la persona que deseo ser, uno por el que descubrí que no tiene sentido cargar culpas o frustrarse por mucho tiempo, que los años pasan muy rápido y sólo hay una vida.

Pidiendo un adiós

Entiendo que no me necesitas, que ya no me quieres,
comprendo que me odias, que no te repones,
que las heridas que te hice son muy profundas.

Sé que no quieres verme, que no te apetece hablarme,
que no te nace escribirme, pensarme, amarme;
lo entiendo perfectamente.

Aquello que no comprendo es tu caliente mano tocando mi piel,
tus húmedos labios estremeciendo mi ser,
no asimilo las caminatas infinitas de esperanza,
las acciones, las palabras que por destellos exclamas.

Sé que probablemente merezco sufrir mucho más,
pero dime, dime de una vez por todas que no me necesitas,
dime que se esfuma mi presencia de tu ser,
dime que la vida te ha traído mejores tiempos,
dime que nuestras sombras andan en sentidos opuestos.

Dime que ya no me amas, que me has olvidado,
que los luceros ya no tienen envidia,
que no habrá más anécdotas que contar ni problemas por reconciliar,
tan sólo dime que no hay más tú y yo.

Julio César

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La caminata

Cuando uno está enamorado, total y absurdamente enamorado; no piensa mucho las cosas realmente, hace lo que sea en busca de la felicidad, el bienestar o simplemente una sonrisa de su enamorada.

Este poema tan simple y hasta un poco cliché nació de un niño de diecisiete años, al que no le importaba jugarse la integridad física con tal de pasar un día al lado de su novia. Tres de la mañana, un celular escondido en el calcetín, zapatos de vestir, suéter ligero y un recorrido de poco más de diez kilómetros entre pueblos y ciudades; nada impidió al adolescente enamorado cumplir sus promesas ni conocer el tipo de amor que desearía toda la vida.

La caminata

En esa cálida y armoniosa noche
los luceros iluminaban mi sendero,
con zapatos y en desvelo
yo avanzaba a tu encuentro.
Ni las piernas temblaban ni los ojos pesaban,
sólo el corazón me palpitaba
y su eco resonaba en las calles solitarias
.

Diez kilómetros se convertían en dos metros,
la madrugada lucía como un soleado día,
animales nocturnos se transformaban en guías,
cada bostezo era entusiasmo; cada paso, alegría
.

¿Que si repito tal travesía? Ni lo dudes,
no hay cantidad suficiente de kilómetros en la Tierra
que arranquen el deseo de verte, caminaría,
nadaría, volaría por tener una efímera mirada tuya.

Julio César

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