Pidiendo un adiós

Lo siguiente es algo de lo último que escribí al amor de mi adolescencia y primeros años de adultez. Fue una manera de pedir un adiós que en retrospectiva sólo era autoflagelación, un peldaño en medio de un camino totalmente incorrecto. Un camino incorrecto que me mostró la persona que deseo ser, uno por el que descubrí que no tiene sentido cargar culpas o frustrarse por mucho tiempo, que los años pasan muy rápido y sólo hay una vida.

Pidiendo un adiós

Entiendo que no me necesitas, que ya no me quieres,
comprendo que me odias, que no te repones,
que las heridas que te hice son muy profundas.

Sé que no quieres verme, que no te apetece hablarme,
que no te nace escribirme, pensarme, amarme;
lo entiendo perfectamente.

Aquello que no comprendo es tu caliente mano tocando mi piel,
tus húmedos labios estremeciendo mi ser,
no asimilo las caminatas infinitas de esperanza,
las acciones, las palabras que por destellos exclamas.

Sé que probablemente merezco sufrir mucho más,
pero dime, dime de una vez por todas que no me necesitas,
dime que se esfuma mi presencia de tu ser,
dime que la vida te ha traído mejores tiempos,
dime que nuestras sombras andan en sentidos opuestos.

Dime que ya no me amas, que me has olvidado,
que los luceros ya no tienen envidia,
que no habrá más anécdotas que contar ni problemas por reconciliar,
tan sólo dime que no hay más tú y yo.

Julio César

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Realidad

Una mañana despiertas y enciendes tu teléfono, recibes un SMS en el que te desean un lindo día y automáticamente una sonrisa gigante se dibuja en tu rostro. Aún de noche sales de casa, con una bufanda y uniforme escolar, subes a una “combi” que hace de transporte público y después de unos cuarenta minutos, llegas a la escuela; en la entrada del salón te espera una chica hermosa de piel morena y ojos rasgados. Justo antes de besarla suena la campana que anuncia el inicio de clases; despiertas, seis años después…

Realidad

Si preguntan por ti, claro que te conozco
si mencionan tu nombre, por supuesto que alzo la mirada
si roza el viento mi piel, en efecto imagino tus manos
si la llovizna cae, me figuro tu risa en el caer de las gotas
si despierto y no te encuentro, me envuelvo de realidad
nadie me pregunta, no te mencionan, no hay viento, ni la lluvia cae…

Julio César

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Lo que no perece

Recuerdo con nostalgia esa noche, escribiendo con tinta negra sobre papel reciclado, entendiendo que un gran y largo amor había terminado definitivamente. Así fue como nació este pequeño poema que intenta reproducir de forma vaga el estilo de Benedetti.

Al leerlo, pienso en todo lo que el desamor llega a inspirar, induce reflexiones sobre cuándo llega el momento en el que decidimos o sentimos amar a alguien y cuánto tiempo ese sentimiento puede permanecer. A pesar de que por mera probabilidad la mayoría de las relaciones terminan ¿No es lindo escribir un poema imaginando que en cuarenta años tu amada lo escuchará tomada de tu mano?

Lo que no perece

Aunque las llamas se consuman y los ríos se sequen,
aunque las estrellas se enfríen y el oxígeno se agote,
aunque no me busques y yo no te encuentre,
aunque no me extrañes y yo no te recuerde.

Aunque no vuelva a escribirte y tú no vuelvas a leerme,
aunque en estas palabras mi inspiración se esfume,
aunque de mi musa tu papel termine,
aunque los animales perezcan y las flores marchiten.

Aunque nuestras vidas concluyan,
aunque entre huracanes y devastaciones todo se derrumb
e…

Te amaré, indefinidamente.

Julio César

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La caminata

Cuando uno está enamorado, total y absurdamente enamorado; no piensa mucho las cosas realmente, hace lo que sea en busca de la felicidad, el bienestar o simplemente una sonrisa de su enamorada.

Este poema tan simple y hasta un poco cliché nació de un niño de diecisiete años, al que no le importaba jugarse la integridad física con tal de pasar un día al lado de su novia. Tres de la mañana, un celular escondido en el calcetín, zapatos de vestir, suéter ligero y un recorrido de poco más de diez kilómetros entre pueblos y ciudades; nada impidió al adolescente enamorado cumplir sus promesas ni conocer el tipo de amor que desearía toda la vida.

La caminata

En esa cálida y armoniosa noche
los luceros iluminaban mi sendero,
con zapatos y en desvelo
yo avanzaba a tu encuentro.
Ni las piernas temblaban ni los ojos pesaban,
sólo el corazón me palpitaba
y su eco resonaba en las calles solitarias
.

Diez kilómetros se convertían en dos metros,
la madrugada lucía como un soleado día,
animales nocturnos se transformaban en guías,
cada bostezo era entusiasmo; cada paso, alegría
.

¿Que si repito tal travesía? Ni lo dudes,
no hay cantidad suficiente de kilómetros en la Tierra
que arranquen el deseo de verte, caminaría,
nadaría, volaría por tener una efímera mirada tuya.

Julio César

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